In Italia la sua raccolta “L’amore disinterrato e altre poesie” tradotta e curata da Raffaella Marzano, è stata pubblicata dalla Multimedia Edizioni di Salerno.
“Questo libro, oltre a proporre una scelta della vastissima opera poetica di Jorge Enrique Adoum, raccoglie quattro suoi straordinari grandi poemi "El amor desenterrado", "Tras la pólvora Manuela", "Postales del trópico con mujeres" e "Sobre la inutilidad de la semiología" che parlano dell'amore e del tempo.
Il primo, "El amor desenterrado", che apre e dà il titolo alla presente antologia, stupisce e atterrisce. È un testo luminoso fatto di erotismo e orrore metafisico nato dall'insolita scoperta archeologica di Sumpa: due scheletri uniti nell'atto amatorio, sopresi così dalla morte e dall'eternità. Jorge Enrique Adoum, in versi liberi che portano, senza dubbio, l'eco di cadenze classiche, medita e ricrea il brutale paradosso proprio di qualsiasi amore: i sentimenti contraddittori di caducità e eternità.
Il linguaggio di Adoum manifesta esuberanza verbale, ampio repiro, tono colloquiale profondamente antilirico, straordinariamente demistificatore e espressamente sperimentale che contribuisce alla ricerca di nuove forme per raccontare e sopportare la solitudine propria dell'essere umano.”
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JORGE ENRIQUE ADOUM
La frágil figura de una gran obra
Durante la presentación de sus Obras (in)completas, la fragilidad del poeta contrastó con el poder de su palabra, tanto en su discurso como en el contenido de los volúmenes que recogen su literatura.
El escritor, mientras firmaba un autógrafo La grandilocuencia de los términos con los que se refirieron a Jorge Enrique Adoum y a su obra -de él dijo Marco Antonio Rodríguez, presidente de la CCE, que era un “emblema de la cultura”; mientras que Cecilia Ansaldo llamó a su obra “catedral de palabras”- contrastó con la fragilidad del escritor, discretamente sentado al centro de la mesa que presidió el acto de presentación de sus Obras (in) completas, el jueves, en la sala Demetrio Aguilera Malta, de la Casa de la Cultura, en Quito.
El primero en hablar fue Marco Antonio Rodríguez, que por esta vez dejó de lado los comentarios a su gestión para forjar un retrato de “uno de los intelectuales más completos de Hispanoamérica”.
Luego, Cecilia Ansaldo y Fernando Balseca comentaron sus respectivas experiencias ante la lectura de los trabajos del poeta. Ansaldo, desde una postura más académica, mientras que Balseca prefirió un tono más confesional.
Todo ante una mesa que además de los intelectuales estuvo integrada por el canciller Francisco Carrión, el alcalde Paco Moncayo y el ministro de Educación, Raúl Vallejo, en medio de los cuales, la figura de Adoum casi se perdía.
Pero bastó que el poeta comenzara a hablar para que todos los asistentes cedieran a la sencillez y fortaleza de su palabra. En un discurso de un tono muy distinto a los que le precedieron, Adoum, más que a sus méritos literarios, se refirió a algunos episodios cotidianos que marcaron su vida. Con su experiencia de narrador, logró llevar ante la concurrencia sus primeros años en Ambato, sus infantiles crisis de identidad y los intentos de desentrañar el origen de su literatura. Pero, sobre todo, agradeció la publicación de una obra que ya resultaba impostergable.
Luego, el maestro Gerardo Guevara -acompañado de María Jaramillo, soprano, y de Galo Cárdenas, barítono- interpretó una versión musical del poema El amor desenterrado, pieza que logró inquietar al público, más que por la música, por la fortaleza de los textos.
Para el escritor, apenas un segundo de respiro antes de que la gente se arremolinara a su alrededor en busca de que firmara sus libros.
Solo después de atender a los reclamos de sus lectores, el poeta se levantó y, con la enorme dificultad que implican sus años, subió las escaleras de la ya vacía sala Demetrio Aguilera Malta para unirse a un festejo al que parecía ajeno, a pesar de que su obra era la protagonista.
(YM)
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Los asistentes coinciden en nombrar a Adoum como un referente
Marco Antonio Rodríguez,
Presidente de la CCE
Yo creo que no hay lugar a duda sobre el hecho de que Adoum es el escritor más completo de Hispanoamérica del siglo XX. Llega a la excelencia en todos los géneros literarios: teatro, novela, ensayo o relato. El escritor cubano Fernández Retamar dice que no hay como hablar de cultura latinoamericana prescindiendo de la figura de Jorge Enrique Adoum, un referente de nuestra nación. (PST)
Raúl Serrano Sánchez,
narrador
Es importante que se haya hecho esta edición de un autor que es sin duda un referente clave de la literatura ecuatoriana del siglo XX y no solo del Ecuador sino de América Latina. Lo más importante es la opción que tienen los nuevos lectores, hablo de los jóvenes, que pueden ahora acercarse a dialogar con estos textos que son reveladores de lo que significa el ejercicio de la escritura, y a la vez una obra que da testimonio de lo que ha significado el final de milenio. (PST)
Fabián Guerrero,
poeta
Jorge Enrique Adoum es una de las figuras más altas y emblemáticas de la literatura ecuatoriana e hispanoamericana. Y en este país que tiende al olvido, que se hagan este tipo de homenajes es una manera de recordarnos a los ecuatorianos de nuestras verdaderas posibilidades. Adoum es ciertamente, desde su obra y su ideología, un ejemplo en la historia de la literatura y de la construcción de un país mejor. (PST)
Raúl Vallejo,
ministro de Educación
Creo que la obra de Jorge Enrique Adoum es una obra capital de la literatura del siglo XX, no solo de la ecuatoriana sino de la literatura escrita en lengua española. Adoum es un escritor que todo el tiempo es un ejemplo para los escritores jóvenes y él mismo es un escritor joven en el sentido de que siempre está trabajando y experimentando con la palabra. Sus textos poéticos, narrativos, ensayísticos lo han convertido en un referente estético y ético.
(PST)
in: Hoy online, Quito, 8 de abril de 2006
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Adiós, “Turquito”
Luis Sepúlveda
En agosto de 1977 sentí que no tenía tierra bajo los pies. Había llegado a Lima luego de un accidentado periplo por Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, nuevamente Argentina, Bolivia, y finalmente Perú. No podía quedarme en ninguna parte, eso era el exilio y, de pronto, en una calle de Lima vi a mi viejo amigo “Chiclayo” Pérez junto a uno de los grandes escritores latinoamericanos: el ecuatoriano Jorge Enrique Adoum.
En cuanto supo que era chileno y de los jodidos, el autor de “Entre Marx y una Mujer Desnuda” me abrazó, y a partir de ese gesto nació una amistad que se prolongó en Quito primero, y luego en los encuentros en París, al amparo de la formidable hospitalidad de Jorge Amado y Zelia, o en los fax desteñidos por el tiempo.
Un día de agosto de 1997, desde un bar limeño, Jorge Enrique Adoum hizo varias llamadas telefónicas al Ecuador solicitando un visado, hasta que un funcionario de Relaciones Exteriores le pidió que, para ahorrar tiempo, le dictara el mismo las características del visado. Al día siguiente la embajada ecuatoriana en Lima me entregaba un salvoconducto absolutamente inusual, sobre todo si era emitido por una dictadura, la del general Rodríguez Lara, “El Bombita”, y que me autorizaba a residir en Ecuador durante todo el tiempo que considerase necesario. Además, aquel documento dictado por Adoum, adornado con varios sellos y firmas, invitaba a las autoridades ecuatorianas a dar todo tipo de facilidades el licenciado Sepúlveda, para el éxito de sus gestiones.
Desde aquel momento, el trato entre el autor de “Los Cuadernos de la Tierra” e “Informe Personal sobre la Situación” fue de Doctor Adoum y Licenciado Sepúlveda, pero en Quito, al calor de unos canelazos éramos El Turquito y Lucho, dos tipos que recorrían las cantinas quiteñas, amanecían entre los puestos multicolores de la Avenida 24 de Mayo, y con lágrimas en los ojos cantaban; yo quiero que a mi me entierren como a mis antepasados, en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro.
En aquellos años, en Quito había una sorprendente cantidad de chilenos, argentinos y uruguayos, según todos, de paso, mientras la oficina de refugiados de Naciones Unidas decidía nuestros destinos. La mayoría estaba en una situación de limbo legal, eran frecuentes los arrestos, la temida policía de migraciones al mando del mayor Jarrín aterrorizaba con sus redadas y, gracias a mi salvoconducto, creo que era uno de los pocos a salvo de ser extraditado. Cada vez que caí en una redada, y fueron varias, presentaba el documento debidamente plastificado, y el “siga no más, licenciado” de los policías me llevaba a telefonear eufórico al Turquito para informarle que el dichoso papel todavía funcionaba.
Cuento esto, porque frente a mi tengo una foto del Turquito, porque mi amigo Jorge Enrique Adoum me hizo repetir muchas veces esta historia, porque lo quiero mucho y con rabia, porque se me fue de la vida y ya está reposando como sus antepasados, en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro.
Lo recuerdo en nuestro último encuentro, hace un par de años en Povoa do Varzim, en Portugal. Viajábamos en el bus de Correntes da Escritas, un hermoso encuentro literario, y El Turquito encandilaba con sus dotes seductoras de muchacho octogenario, con sus chistes soviéticos tan maravillosamente bien contados y que hacían llorar de alegría a Rosa Montero.
Sus ojos de miope ilustre se iluminaban al hablar de Neruda, de sus años como secretario y amigo del poeta. El Turquito tenía por costumbre vivir en nombre de muchos y, así, a la hora serena de compartir un trago bebido con todo el sentimiento posible, bebía sorbitos a la salud de Neruda, de Roque Dalton, de Otto René Castillo, de Javier Heraud, de Paco Urondo, de sus compañeros generacionales caídos en la lucha por la dignidad latinoamericana.
Jorge Enrique Adoum se apuntó a todas las causas justas y se jugó por ellas desde su condición de intelectual lúcido, de novelista de garra, de poeta enorme y de compañero imprescindible.
Pienso en él, miro su foto, y la memoria me lleva hasta el Quito de casas blancas en donde hicimos tantos planes mirando el amanecer andino, o cuando sentados en la parte más alta de El Batán, en la casa de Oswaldo Guayasamín, imaginábamos el fin de las dictaduras y un continente latinoamericano habitados por hombres y mujeres cuyo gentilicio sería la palabra hermanos.
Nos va a faltar el Turquito. Me va a faltar mi amigo y compañero Jorge Enrique Adoum a la hora de seguir soñando, porque entre las muchas cosas que me enseñó está el valor de los sueños compartidos.
Pero él sigue soñando, desde sus libros, y en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro.
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